viernes, 18 de febrero de 2011

La isla de los micos




Llegamos a un lugar de calma después de una discusión con el lanchero que nos quiso cambiar el precio del recorrido una hora después de este haber comenzado. Bajamos de la lancha para llevarnos la sorpresa que la entrada a la isla costaba más de lo que nosotros pensábamos. Así que después de conversar un poco decidimos entrar.  El recibimiento en el lugar fue por unas guacamayas de colores vivos y hermosos que posaron delante nuestro batiendo sus alas y enseñándonos su grandeza. También nos recibió un mono que se abalanzo sobre las mujeres del grupo, abrazándolas y posando su cabeza cual si fuera un bebe en el pecho de la madre, y mostrándose celoso si alguno de los hombres se acercaba a ellas o intentaba cargarlo.


Después de una corta inducción y una breve historia sobre esta isla nos dispusimos a entrar en la selva donde encontraríamos a los que veníamos buscando. Nuestro guía llevaba una bolsa con bananos que sería el alimento y el interés que despertaríamos en los micos de la isla. En esa bolsa cargada de 8 bananos iban nuestros $80.000 pesos, “que bananos más costosos” era lo único que se nos escuchaba decir acompañado de unas risas nerviosas que esperaban la llegada de los que se iban a consumir nuestro dinero en un abrir y cerrar de ojos.        
Uno a uno se fueron acercando, atendiendo al llamado de un silbido que producíamos los que nos dirigíamos hacia ellos. En la espesura de la selva no alcanzábamos a presenciar aún su llegada, pero escuchábamos por todos lados, como una emboscada, el acercamiento rápido por cada una de las ramas que nos  rodeaban.
De repente en los troncos próximos a nosotros se encontraron por lo menos 15 pequeños simios, todos con mirada asustadiza y buscando en nuestros silbidos el alimento que estaban acostumbrados a obtener cada vez que lo escuchaban. Eran seres interesados y con poco miedo, se acercaban a nosotros con sus grandes ojos, observaban con cuidado nuestras mochilas y nuestras manos buscando su presa.  El guía se dirigió a nosotros y nos pregunto ¿Quien quiere ser el primero?”.

Decidido quién sería el conejillo de indias para esta aventura, el guía saco de la bolsa uno de los bananos y nos explico que por más que los micos nos quisieran arrebatar, no los dejáramos. Acto seguido una multitud de micos saltaba sobre las cabezas de quien tenía en sus manos el valioso alimento (insisto $20000), dando pellizcos y mordiscos por donde podían, sacando a los otros animales de nuestros cuerpos y tirándolos al suelo para alcanzar solo un poco de este banano tan codiciado en estas tierras.
Cuando me toco el turno a mí, apreté tan fuerte el banano que lo estaba estripando, no quería que los 20 se me fueran arrebatados por unos pequeños animales que fácilmente cabrían en un brazo. Se abalanzaron sobre mí unos 10 micos tratando con todas sus fuerzas que yo los dejara comer, ya que como tenía tan apretada la fruta no estaban pudiendo comer, así que lentamente fui abriendo un poco mi mano para dejarles comer un poco más de lo que ya habían logrado. En mi afán por mantener el banano lo único que conseguí fue un mordisco en mi dedo índice, seguido por la pérdida de los $20000 en las manos de uno de estos extravagantes  animales.
Una chica Norteamericana (Sarah) que nos acompañaba en esta aventura le toco el turno, ella gritaba tal vez de la emoción o tal vez por los pellizcos que le daban, era una mezcla de felicidad y temor la que nos tomaba a todos; reíamos de ver a los pequeñines saltar sobre nosotros, y reímos aún más, cuando terminado el turno de Sarah nos comento que la habían cagado. Un olor fétido se levanto inmediatamente aumentando nuestras risas.
El Che (Guillermo) sonreía y gritaba que él quería otro banano, que le tomáramos mas fotos  con los  “bichos” (en acento argentino), a lo cual nosotros mientras reíamos sacábamos más y más fotos. Terminado nuestro corto alimento para los “bichos” nos dirigimos a la recepción, donde nos esperaba un rico jugo de maracuyá helado y muchos indígenas ofreciéndonos sus artesanías.

Santiago Giraldo Diaz

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