martes, 1 de febrero de 2011

Comunidad Indigena Huitoto Yagua.



Aromas de distantes jardines
Gritos remotos
Notas de una canción
Dicha en otra lengua

El viento con su sonora presencia
Hace más vasta la noche.
José Manuel Arango (Poema IV, Este lugar de la noche)

A dos horas de Leticia por el gran rio, presenciando la grandeza de los delfines rosados que danzan a nuestro lado e imaginando la cantidad de animales que se encuentran bajo nosotros; nos dirigimos hacia una comunidad  indígena creada por los europeos, una comunidad robada de su tierra para ocupar un espacio que no les pertenecía, un lugar selvático que necesitaba ser explotado. Fue allí, en esta comunidad habitada en sus principios por peruanos que ahora son nativos colombianos, donde se dirigía nuestra aventura. 
Después del viaje por el gran rio, nos desviamos un poco por alguno de los tantos afluentes que este tiene, llegamos a un puerto olvidado. Unas escaleras en cemento nos recibieron seguidas de una gran plataforma que iba por encima del rio a unos 5 metros del agua.  Nos inquietamos en saber porque estaba esta plataforma tan alejada del agua. Ellos en un afán por mostrarnos su mundo y sus costumbres, nos explicaron que en  esta época del año, el rio estaba bajo, más cuando el rio se comenzaba a inundar, a crecer, la plataforma era de gran utilidad. Así que después de caminar 500 metros y entender la función que podía alcanzar a tener esta construcción de cemento en medio del rio, vimos las primeras casas de esta comunidad. Casas consumidas por la humedad del rio, olvidadas por un estado que allí sólo llegaba para cobrar las cuentas de luz y de agua.
Por cada una de las ventanas de estas casas se levantaban rostros inquietados, se escuchaban risas de júbilo y de sorpresa por aquellos intrusos que se acercaban, por aquellos seres de pieles claras  que hablaban una lengua tan distinta y tan común a la de ellos. Descubrían en nosotros un acento particular que no les era común, un acento de hombres de ciudad, de conquistadores que llegaban con sus espejos (cámaras digitales) a robarles las almas. Su recibimiento hacía nosotros fue inmenso, todos y cada uno de los habitantes de esta comunidad nos encontró en la escuela. Salieron de sus casas a nuestro encuentro, a mostrar sus artesanías y su mundo. Los niños fueron los más alegres en este encuentro, nos pasaban rosando la ropa como buscando algún gesto, alguna risa que les abriera el espacio a los mas tímidos de entrar desde lo lejos a reírse de nuestro asombro, a reírse de nuestras monerías y torpezas de hombres de ciudad. Nuestro guía, Marcos, nativo de esta comunidad, y quien trabajaba como hombre de limpieza en el hostal en el cual nos estábamos hospedando, se acerco a nosotros con unas semillas que en una primera impresión se mostraban punzantes y dolorosas, mas cuando las acerco, lo que parecían ser púas no eran más que pelitos que brotaban desde el fruto verde y pequeño.  Rompió uno de los frutos enseñándonos como hacerlo y mostrándonos la utilidad de la semilla, la cual respondía al nombre de Achiote. Con este fruto tan importante y tan bello para su comunidad nos pintaron los rostros, que cada vez se mostraban más asombrados y maravillados por cuanto íbamos conociendo, nos mirábamos unos a otros sin poder esconder la alegría con la que se teñía nuestro viaje.  El color rojizo del Achiote se poso en nuestros rostros como si nos preparáramos para el combate, dando visos de lo que nos esperaba en el camino, nuestras expresiones de indios se dejaron ver por un segundo, sonriendo con la inocencia y la tranquilidad que la selva da. La comunidad sonreía al vernos pintar la cara, se divertían de ver como disfrutábamos tanto un fruto que es tan común para ellos, algo que se podía obtener estirando el brazo.
Después de que saciamos nuestra ansiedad de Achiote, nos comentaron de los beneficios que tenia, entre los cuales se encontraba el de repelente para mosquitos y protector solar (de haberlo sabido antes nos hubiéramos bañado en achiote todo el cuerpo para repeler a los mosquitos). De alguno de nosotros salió la pregunta, “¿En cuánto tiempo se nos cae esta pintura del cuerpo?”, todos temimos la respuesta, pero llego y fue simple, “no se quita con agua, pero el sudor la hará desaparecer del cuerpo”, y con el calor que hacía en la selva no fue difícil que se cayera de nuestro rostro esa pintura de indios.
Después de jugar un rato, y ser la sensación de la comunidad, nos dispusimos a almorzar. Un almuerzo sencillo, parecía más un picnic que un almuerzo real. Teníamos pan, atún, tomate, cebolla, mantequilla y salchicha que mezclamos en diferentes formas para adquirir sabores distintos en nuestros paladares. Compartimos nuestros alimentos con los indígenas que allí se encontraban,  nos agradecieron con sus gestos y sus risas nuestro regalo, nos sentimos parte de ellos compartiendo nuestros alimentos y nos preparamos para dar un pequeño paseo por lo que nosotros llamamos la selva, y ellos llaman cultivo.
Nosotros después de 10 minutos de caminada nos sentíamos inmersos en la profundidad de la selva, a lo cual nuestro guía nos corrigió y nos dijo que eso aún era parte del cultivo de la comunidad, que la selva se encontraba a unos 20 o 30 minutos de donde nos encontrábamos, no lo podíamos creer, ya que estábamos rodeados de arboles de una altura impresionante, de animales donde quiera que miráramos e indagando por todo lado los tipos de arboles que encontrábamos. Pasamos por un cultivo de mandioca (yuca), conocimos el “palo de sangre” en el cual pagaban castigos los indígenas de la comunidad. El castigo consistía en cortar el árbol que se presenta fuerte y difícil de atravesar, entre algunas de las historias nos contaban que los que eran castigados en este árbol terminaban con las manos sangrando y llenas de ampollas ocasionadas por el machete y por la fortaleza del palo de sangre que se resistía a ser cortado, después de unos cuantos días lograban cumplir su castigo y podían retornar a la comunidad.
En medio del camino por la “selva” empezó a llover a cantaros y nos toco apurar el paso para que nuestro regreso a Tabatinga no fuera peligroso por el cauce del rio.
Antes de salir de la comunidad y en gesto de agradecimiento de nuestros alimentos, los indígenas nos invitaron a Chicha de Mandioca, una bebida espesa con un sabor salado y fuerte, que en el fondo dejaba un ardor de cierta fermentación, de cierto alcohol que si seguíamos bebiendo, en pocos momentos quedaríamos borrachos de yuca hasta los codos.
Después de compartir todo el día con esta comunidad volvimos al rio y nos dirigimos a nuestra posada, a nuestro hostal a contar historias de todo lo que nos había sucedido, a divertirnos de nuestras caras aún con rastros de Achiote, a creernos indios y fantasear con aventuras de viajes y cultivos infinitos….

Santiago Giraldo Diaz.

1 comentario:

  1. Santyyyyyy que belleza!! susi y yo te mandamos muchos saludos!! estamos las dos ke lloramos de la alegría de leer esto... te envidio mucho y me alegro mucho por ti!! espero algún día poder hacer lo mismo ke tu!!! te quierooooooooo

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