miércoles, 16 de marzo de 2011

FILTRO DOS SONHOS

Anoche soñé con Marco, uno de nuestros primeros compañeros de la casa de Pre. A él como a tantos lo arremolinó la selva. Dijo regresar en cualquier momento, pero no quería, eso sí lo alcanzaba a entender. Eran esos primeros días de este mes (febrero) cuando me ultimó en la cocina a historias, a hablarme despacio y con sus cicatrices, sus venas templadas en el cuello y los brazos. Parece más tiempo la verdad, ya no tengo la imagen correcta de su cuerpo, así que me lo figuro aún más sugerente. Ahora que escribo es difícil concebir el acostumbrado transcurso de las cosas. Como comprenderán vivimos entre intervalos de días caracol, como alguna vez se lo leí al vanidoso Cortázar, y los tumultuosos días salamandra. Los llamo así, primero porque este lugar parece más una colonia de estos animales que de personas y por el desparpajo con que lo habitan con sus colores por todas partes. Son días entre veloces y reptantes. No sé, observen una de estas criaturas y podrán deducir a qué me refiero con los días salamandra.
A esta puesta de sol vermelha puedo agregarle a Marco recostado en una hamaca al lado de una india joven escuchando el pasar de lo idéntico

-Buscas una mujer- le dije. Sonrió de evidencia
-Quiero una mujer para mí ahora- repitió.
Fue cuando ideé que una india le iba bien. Se lo hice saber e inmediatamente trajimos a cuento las bondades de esa compañía. Fue por la época en donde los días empezaron a confundirse con ellos mismos y las noches con otras. Por los indicios que me quedan he de decir que es un hombre de mediana edad, 30 tal vez, que cuenta con la típica fisonomía del brasilero del sur: corpulento, de ojos aceituna con algunos acentos pueriles y otros de incitaciones inclasificables o por lo menos no tomadas. En respuesta a la pregunta básica sobre sus quehaceres diré que es un publicista de Sao Paulo, deportista y entusiasta de todo lo que para él representa la salud. Le aburre leer porque pierde fácilmente la atención y prefiere el constante movimiento y por eso la batería es el instrumento que interpreta.  En la madrugada toma camino o realiza ejercicios de estiramiento o yoga. En la tarde medita o busca otras actividades para hacer. Es en la noche cuando lo recuerdo divagar por la parte trasera de la casa. Cocinaba algo ligero y nutritivo y se sentaba a la pequeña mesa de la cocina, mientras en el corredor delantero nosotros seguíamos algo así como nuestra cotidianidad. Como dato curioso tenía en su morral una  gran cantidad de extractos energéticos y medicinales de todo tipo. Este hombre me toma de las manos y me pregunta por mi padecimiento. Pasa sus dedos gruesos por las corrugaciones violáceas de mis manos. Trae de su morral una pequeña bolsa con un pedazo de corteza de un árbol y me dice:
- Quina, para los problemas del hígado-
Y desprende una pequeña astilla con la uña y me la da a comer, mientras expectante guiña los ojos.
-Es bastante amargo, pero sólo tendrás que tomar unas cucharadas de la infusión en las mañanas-
Reconfirmo lo amargo y lo repito dos, tres veces. Él ríe de nuevo y empiezo a sentir nauseas, pero lo acompaño en la risa. Toma una pequeña fruta amarilla y brinda para cambiar mi sabor. Dada la circunstancia, pregunto si sabe de algo para los zancudos, que es mi verdadero problema. Toma entonces un frasco con aceite, yo lo recibo y me lo aplico en los brazos. Tiene un olor tan fuerte y molesto que no dudo de su poder repelente.
-Es Andiroba, cuesta 3.0 reales en el mercado-
Alrededor de los brazos tiene sombreados unos pequeños puntos de tamaño y separaciones regulares como una especie de brazalete de cicatrices. Tiene también en un costado debajo de una tetilla. Inevitablemente pregunto. Se detiene un poco, con esa actitud de quien no es muy presto a hablar. Seguramente busca palabras dado el hecho de que mi portugués es algo que no es. Con la seguridad de mi atención comienza una historia más o menos así: Se trata de un ritual. Primero, una limpieza de unas dos semanas tomando Ayahuasca. Cabe resaltar que son literalmente dos semanas de toma intensiva. Luego le sigue algo llamado Kambó, el tan mencionado uso del poderoso sapo venenoso amazónico. El proceso consiste en raspar el sapo y colocar la resina resultante en una pieza de madera. En el momento de la aplicación al devoto se le hacen unas quemaduras en la piel. Marco tenía 12 puntos de la última vez. En un vidrio se introduce algo de la pasta del madero y se le agrega agua, solución que inmediatamente es aplicada sobre las heridas. Marco comenta que el efecto mortis es inmediato y dura unos 20 minutos. La sensación es tan aguda que se pierde completamente el control del cuerpo y los pacientes se defecan, lloran y se revuelcan sobre su eje de instancia. Cae sobre ellos una maledicencia antigua y dolorosa. Él lo relata algo excitado y yo pregunto el motivo de tal acto de vejación del cuerpo, de sadismo, me parece un perturbado
-¿No quisieras morir durante unos minutos? –
-Para qué tantas muertes, yo sólo quiero una. ¿Tú piensas que así de cruel es la muerte?-
-En realidad muerte y vida son idénticas, entre carencias y suficiencias de lo mismo. Se trata más bien de estar en los límites. Así como dios y satán son el mismo contenido, sólo que este último no admite más que la suma perfección por eso reta al hombre constantemente, mientras que dios se permite las debilidades y la pena- Dice otro tanto de cosas que no logro entender, pero su expresión está llena de vehemencia.
-y las consecuencias de llevar al cuerpo hasta esas crepecencías, hasta los umbrales más altos del dolor?-
-Físicamente, el cuerpo reacciona defensivamente y el sistema inmunológico se activa para contrarrestar el veneno que se extiende por el torrente sanguíneo.  Obligas a tu cuerpo a reaccionar y a luchar. La sensación de fortaleza al terminar el transe es incomparable. Obligas también a tu mente a que enfrente el latente temor al dolor que no es el mismo del de la conclusión del existir, al que menguamos con nuestra insistencia a cumplimentar al amor, a introducirnos como recuerdo en otros existentes a fin de habitarlos como larvas, sin su consentimiento, pero con la meta de extendernos más allá del estar ahora. Ya sabes, es el dolor y el olvido como conocemos la muerte-
Me impresionan mucho los gestos que hace y el uso de su dedo índice pinchando mis hombros. Casi puedo sentir las heridas engusanadas fermentándose.
El ritual no termina con el Kambó, además le sigue algo llamado Sananga. Es un colirio que se aplica en los ojos,  extraído de la cáscara de un árbol, que hace que se pierda la visión por unos minutos. Para finalizar, se usa el Rapé. De esto yo conozco un poco. Es esa picadura de tabaco y otros componentes entre ellos ayahuasca, añade marcos, aunque no creo que yo lo halla probado con este agregado, que se aspira. Recuerdo que el efecto es de ardor intenso y de calambre en las sienes acompañado de la evacuación de fluidos por la nariz, óptimo para las dificultades respiratorias. Aunque hace poco me enteré que fuera del campo medicinal existe una mescla del Rape con crac o bazuco, como se le conoce en Colombia. Bastante fuerte, opino. Además en la tele se ven comerciales alertando a la población brasilera sobre la resistencia al letal consumo de crac.
 
 Esa conversación terminó con una aromática rojiza de nombre impronunciable y por ende irrecordable que me ofreció para mi problema de defensas bajas
-Mmm… pero estás en el amazonas, ciertamente es una contrariedad. Toma un poco de esto para el “vigor”- creo que es la traducción adecuada a la palabra que usó y sus consecuentes sinónimos para que yo comprendiera.
Salí al portón un tanto conmocionada, un tanto maravillada, otro tanto atemorizada. Transcurridos unos 8 minutos estaba mareada y al levantarme viraba hacia los lados.
-¿Qué te tomaste?-Me preguntaban mis amigos
-No sé, un cocido de plantas rojizo que me dio a beber Marco-  mientras les contaba lo que ustedes acaban de leer.
- Como es de extraño ese hombre, quién sabe qué te daría- decían
- Quédate sentada y cualquier otra cosa rara me dices- Palabras de Santiago, mientras me tomaba suavecito del brazo esperando también a ver qué más pasaba.

Diana Florez Florez

viernes, 18 de febrero de 2011

Viernes 3 de febrero


Domeñada por el peso del día soleado y el bamboleo del pequeño navío de nuestro amigo y casero Pre.
Al espejo aparecen nuevos acentos. Una línea castaña al comienzo de las mejillas y la nariz. Una suave sombra de bigote en una piel brillosa por el aceite bloqueador. Relajo los hombros en la hamaca y observo a Natalia, la chica brasilera, cómo se pinta el rostro, las manos y las piernas con achiote. Me acerco y le hago un gesto de participar. Ella toma el palillo aplica algunas líneas en mi cara y las repasa con cuidado y delicadeza. De nuevo al espejo: unas curvas naranjas en el mentón y unas rectas en los párpados. Pienso en una marioneta .Este, como todos los anteriores lugares de instancia, lo hemos convertido en casa y se me antoja pensar que los demás a nuestro alrededor  también lo creen. La mesa del comedor está revuelta con las figuras, bolas de papel y hojas para el origami. Dos bolsas con panes dulces, vasos a medio llenar con té y café respectivamente. Pipas, objetos pluralizados por toda la mesa. Atrapa sueños, esqueletos, dibujos, móviles de variado tipo, plantas, ropas, cuelgan de todos lados a manera de ornamento y tipificándola. Un árbol de pimienta muestra su torso detenido en un extremo de la sala y uno entiende que primero fue el árbol donde inevitablemente será la casa. Nunca he subido a la segunda planta de nuestro hogar; esa ramada entre los salones interiores y la cocina, pero es muy fácil prever que todo allí es más sencillo, casi tanto como la vida de Dolly, mi única perra amiga, en su ser como perro. Dolly viene para que acaricie su hocico, se convida a la hora de mis comidas y ayer cuando fui a nadar al lago que se forma del rio me acompañó. Moviendo su cola avanzaba y me miraba. Se retardaba orinando el camino para no olvidar cómo regresar  y se me ocurrió pensar que ella ya conoce del abandono y lo importante que es no descuidar el sendero aunque se parezca en segura compañía. Se aletargaba un poco sobre algún alterón de tierra y yo la llamaba con lo que salía despavorida hacia mí. Al llegar al lago, descargué mis cosas y pasé nadando a la playita del frente para divisar el rio Tapajós en su inmensidad parcializada por mi mirada.
 Dolly pasó conmigo y se tendió a mi lado sobre la arena desnuda que se te pega en pequeños cristales sobre la piel y cuando te levantas das la impresión de escultura a medio hacer. Apliqué aceite y aflojé los tirantes del biquini. Sentí que Dolly merecía más que mi silencio y comencé un dialogo simple, pero la fácil perturbable Dolly no hizo ningún movimiento ni sonido. Creí entonces que su lengua era la lengua de su dueño y traté de coser palabras en portugués, las mismas que digo a locales y turistas. Retahílas de preguntas comunes, gestos de familiarización. Ella seguía impávida. Sin embargo, no tengo ninguna experiencia en los tratos amistosos con una perra. Así que como precedente he decidido interpretar el hecho de que no se levantara y comenzara a sacudirse las capsulas de arena sobre mí como una señal de total afirmación a mi decidida actitud de confidencia.  A pocos metros se encontraba un hombre. Pescador, caminante, desocupado. Lo enfoqué tratando de descubrir si la ruta que seguía lo llevaba hasta mí en una naciente molestia por el deseo de permanecer únicamente en compañía de mi nueva amiga perruna. El hombre se detuvo a mirar el agua tal vez, un acto tan natural como lo son la observancia del fuego y de la desnudez. Pero Dolly estaba conmigo, si alguien se acercara sus ladridos no tendrían espera. As i que me tumbé de nuevo en la arena y también canté, Aquí el silencio no existe, todo tiene su voz.

Diana Florez

La isla de los micos




Llegamos a un lugar de calma después de una discusión con el lanchero que nos quiso cambiar el precio del recorrido una hora después de este haber comenzado. Bajamos de la lancha para llevarnos la sorpresa que la entrada a la isla costaba más de lo que nosotros pensábamos. Así que después de conversar un poco decidimos entrar.  El recibimiento en el lugar fue por unas guacamayas de colores vivos y hermosos que posaron delante nuestro batiendo sus alas y enseñándonos su grandeza. También nos recibió un mono que se abalanzo sobre las mujeres del grupo, abrazándolas y posando su cabeza cual si fuera un bebe en el pecho de la madre, y mostrándose celoso si alguno de los hombres se acercaba a ellas o intentaba cargarlo.


Después de una corta inducción y una breve historia sobre esta isla nos dispusimos a entrar en la selva donde encontraríamos a los que veníamos buscando. Nuestro guía llevaba una bolsa con bananos que sería el alimento y el interés que despertaríamos en los micos de la isla. En esa bolsa cargada de 8 bananos iban nuestros $80.000 pesos, “que bananos más costosos” era lo único que se nos escuchaba decir acompañado de unas risas nerviosas que esperaban la llegada de los que se iban a consumir nuestro dinero en un abrir y cerrar de ojos.        
Uno a uno se fueron acercando, atendiendo al llamado de un silbido que producíamos los que nos dirigíamos hacia ellos. En la espesura de la selva no alcanzábamos a presenciar aún su llegada, pero escuchábamos por todos lados, como una emboscada, el acercamiento rápido por cada una de las ramas que nos  rodeaban.
De repente en los troncos próximos a nosotros se encontraron por lo menos 15 pequeños simios, todos con mirada asustadiza y buscando en nuestros silbidos el alimento que estaban acostumbrados a obtener cada vez que lo escuchaban. Eran seres interesados y con poco miedo, se acercaban a nosotros con sus grandes ojos, observaban con cuidado nuestras mochilas y nuestras manos buscando su presa.  El guía se dirigió a nosotros y nos pregunto ¿Quien quiere ser el primero?”.

Decidido quién sería el conejillo de indias para esta aventura, el guía saco de la bolsa uno de los bananos y nos explico que por más que los micos nos quisieran arrebatar, no los dejáramos. Acto seguido una multitud de micos saltaba sobre las cabezas de quien tenía en sus manos el valioso alimento (insisto $20000), dando pellizcos y mordiscos por donde podían, sacando a los otros animales de nuestros cuerpos y tirándolos al suelo para alcanzar solo un poco de este banano tan codiciado en estas tierras.
Cuando me toco el turno a mí, apreté tan fuerte el banano que lo estaba estripando, no quería que los 20 se me fueran arrebatados por unos pequeños animales que fácilmente cabrían en un brazo. Se abalanzaron sobre mí unos 10 micos tratando con todas sus fuerzas que yo los dejara comer, ya que como tenía tan apretada la fruta no estaban pudiendo comer, así que lentamente fui abriendo un poco mi mano para dejarles comer un poco más de lo que ya habían logrado. En mi afán por mantener el banano lo único que conseguí fue un mordisco en mi dedo índice, seguido por la pérdida de los $20000 en las manos de uno de estos extravagantes  animales.
Una chica Norteamericana (Sarah) que nos acompañaba en esta aventura le toco el turno, ella gritaba tal vez de la emoción o tal vez por los pellizcos que le daban, era una mezcla de felicidad y temor la que nos tomaba a todos; reíamos de ver a los pequeñines saltar sobre nosotros, y reímos aún más, cuando terminado el turno de Sarah nos comento que la habían cagado. Un olor fétido se levanto inmediatamente aumentando nuestras risas.
El Che (Guillermo) sonreía y gritaba que él quería otro banano, que le tomáramos mas fotos  con los  “bichos” (en acento argentino), a lo cual nosotros mientras reíamos sacábamos más y más fotos. Terminado nuestro corto alimento para los “bichos” nos dirigimos a la recepción, donde nos esperaba un rico jugo de maracuyá helado y muchos indígenas ofreciéndonos sus artesanías.

Santiago Giraldo Diaz

martes, 1 de febrero de 2011

Comunidad Indigena Huitoto Yagua.



Aromas de distantes jardines
Gritos remotos
Notas de una canción
Dicha en otra lengua

El viento con su sonora presencia
Hace más vasta la noche.
José Manuel Arango (Poema IV, Este lugar de la noche)

A dos horas de Leticia por el gran rio, presenciando la grandeza de los delfines rosados que danzan a nuestro lado e imaginando la cantidad de animales que se encuentran bajo nosotros; nos dirigimos hacia una comunidad  indígena creada por los europeos, una comunidad robada de su tierra para ocupar un espacio que no les pertenecía, un lugar selvático que necesitaba ser explotado. Fue allí, en esta comunidad habitada en sus principios por peruanos que ahora son nativos colombianos, donde se dirigía nuestra aventura. 
Después del viaje por el gran rio, nos desviamos un poco por alguno de los tantos afluentes que este tiene, llegamos a un puerto olvidado. Unas escaleras en cemento nos recibieron seguidas de una gran plataforma que iba por encima del rio a unos 5 metros del agua.  Nos inquietamos en saber porque estaba esta plataforma tan alejada del agua. Ellos en un afán por mostrarnos su mundo y sus costumbres, nos explicaron que en  esta época del año, el rio estaba bajo, más cuando el rio se comenzaba a inundar, a crecer, la plataforma era de gran utilidad. Así que después de caminar 500 metros y entender la función que podía alcanzar a tener esta construcción de cemento en medio del rio, vimos las primeras casas de esta comunidad. Casas consumidas por la humedad del rio, olvidadas por un estado que allí sólo llegaba para cobrar las cuentas de luz y de agua.
Por cada una de las ventanas de estas casas se levantaban rostros inquietados, se escuchaban risas de júbilo y de sorpresa por aquellos intrusos que se acercaban, por aquellos seres de pieles claras  que hablaban una lengua tan distinta y tan común a la de ellos. Descubrían en nosotros un acento particular que no les era común, un acento de hombres de ciudad, de conquistadores que llegaban con sus espejos (cámaras digitales) a robarles las almas. Su recibimiento hacía nosotros fue inmenso, todos y cada uno de los habitantes de esta comunidad nos encontró en la escuela. Salieron de sus casas a nuestro encuentro, a mostrar sus artesanías y su mundo. Los niños fueron los más alegres en este encuentro, nos pasaban rosando la ropa como buscando algún gesto, alguna risa que les abriera el espacio a los mas tímidos de entrar desde lo lejos a reírse de nuestro asombro, a reírse de nuestras monerías y torpezas de hombres de ciudad. Nuestro guía, Marcos, nativo de esta comunidad, y quien trabajaba como hombre de limpieza en el hostal en el cual nos estábamos hospedando, se acerco a nosotros con unas semillas que en una primera impresión se mostraban punzantes y dolorosas, mas cuando las acerco, lo que parecían ser púas no eran más que pelitos que brotaban desde el fruto verde y pequeño.  Rompió uno de los frutos enseñándonos como hacerlo y mostrándonos la utilidad de la semilla, la cual respondía al nombre de Achiote. Con este fruto tan importante y tan bello para su comunidad nos pintaron los rostros, que cada vez se mostraban más asombrados y maravillados por cuanto íbamos conociendo, nos mirábamos unos a otros sin poder esconder la alegría con la que se teñía nuestro viaje.  El color rojizo del Achiote se poso en nuestros rostros como si nos preparáramos para el combate, dando visos de lo que nos esperaba en el camino, nuestras expresiones de indios se dejaron ver por un segundo, sonriendo con la inocencia y la tranquilidad que la selva da. La comunidad sonreía al vernos pintar la cara, se divertían de ver como disfrutábamos tanto un fruto que es tan común para ellos, algo que se podía obtener estirando el brazo.
Después de que saciamos nuestra ansiedad de Achiote, nos comentaron de los beneficios que tenia, entre los cuales se encontraba el de repelente para mosquitos y protector solar (de haberlo sabido antes nos hubiéramos bañado en achiote todo el cuerpo para repeler a los mosquitos). De alguno de nosotros salió la pregunta, “¿En cuánto tiempo se nos cae esta pintura del cuerpo?”, todos temimos la respuesta, pero llego y fue simple, “no se quita con agua, pero el sudor la hará desaparecer del cuerpo”, y con el calor que hacía en la selva no fue difícil que se cayera de nuestro rostro esa pintura de indios.
Después de jugar un rato, y ser la sensación de la comunidad, nos dispusimos a almorzar. Un almuerzo sencillo, parecía más un picnic que un almuerzo real. Teníamos pan, atún, tomate, cebolla, mantequilla y salchicha que mezclamos en diferentes formas para adquirir sabores distintos en nuestros paladares. Compartimos nuestros alimentos con los indígenas que allí se encontraban,  nos agradecieron con sus gestos y sus risas nuestro regalo, nos sentimos parte de ellos compartiendo nuestros alimentos y nos preparamos para dar un pequeño paseo por lo que nosotros llamamos la selva, y ellos llaman cultivo.
Nosotros después de 10 minutos de caminada nos sentíamos inmersos en la profundidad de la selva, a lo cual nuestro guía nos corrigió y nos dijo que eso aún era parte del cultivo de la comunidad, que la selva se encontraba a unos 20 o 30 minutos de donde nos encontrábamos, no lo podíamos creer, ya que estábamos rodeados de arboles de una altura impresionante, de animales donde quiera que miráramos e indagando por todo lado los tipos de arboles que encontrábamos. Pasamos por un cultivo de mandioca (yuca), conocimos el “palo de sangre” en el cual pagaban castigos los indígenas de la comunidad. El castigo consistía en cortar el árbol que se presenta fuerte y difícil de atravesar, entre algunas de las historias nos contaban que los que eran castigados en este árbol terminaban con las manos sangrando y llenas de ampollas ocasionadas por el machete y por la fortaleza del palo de sangre que se resistía a ser cortado, después de unos cuantos días lograban cumplir su castigo y podían retornar a la comunidad.
En medio del camino por la “selva” empezó a llover a cantaros y nos toco apurar el paso para que nuestro regreso a Tabatinga no fuera peligroso por el cauce del rio.
Antes de salir de la comunidad y en gesto de agradecimiento de nuestros alimentos, los indígenas nos invitaron a Chicha de Mandioca, una bebida espesa con un sabor salado y fuerte, que en el fondo dejaba un ardor de cierta fermentación, de cierto alcohol que si seguíamos bebiendo, en pocos momentos quedaríamos borrachos de yuca hasta los codos.
Después de compartir todo el día con esta comunidad volvimos al rio y nos dirigimos a nuestra posada, a nuestro hostal a contar historias de todo lo que nos había sucedido, a divertirnos de nuestras caras aún con rastros de Achiote, a creernos indios y fantasear con aventuras de viajes y cultivos infinitos….

Santiago Giraldo Diaz.

jueves, 20 de enero de 2011

Precios

Acá pongo los precios de los pasajes de avión, barco y hostales, espero les sea de utilidad a todos...... a bueno y van tambien algunos consejos para los diferentes viajes.

Avión Medellín - Leticia: $190.000   El avión tiene escala en Bogota y la duración de vuelo desde allí hasta Leticia es de 2 horas aproximadamente. (El vuelo para conseguirlo a este precio debe ser comprado minimo con un mes de anticipación.
Hospedajes: En Leticia se encuentran hoteles de varios precios, lo mas economico que nosotros encontramos allí fueron $20.000 pesos la noche c/u, en habitación con 2 camas y ventilador. También se encuentran hoteles de $150.000 pesos, a esos no quisimos ni entrar a mirarlos.
En Tabatinga encontramos un hostal, aunque no muy bueno, economico y podiamos utilizar la cocina. Por noche pagabamos $10.000 pesos. El nombre del hostal es "Hostal Internacional", ubicado por el puerto faré, cerca a la plaza. El dueño se llama Antonio.
Lancha a la comunidad huitoto yagua y a la isla de los micos: $110.000 pesos. (se puede negociar mejor el precio, creo que nos tumbaron).
Entrada a la isla de los micos: $20.000 pesos y te dan 2 bananos para que los micos se te paren encima y se coman los bananos... y hasta depronto te caguen. jajajajaja.
Barco Tabatinga - Manaos: $140 Reais y son 3 noches y 4 días en el barco. Es necesario llevar hamaca, aunque en tabatinga venden unas muy buenas a $15.000 pesos.
Hospedaje en Manaos: $15 Reais la noche en el hostal Natureba, Av. Getulio vargas con la Rua 10 de Julho. Este es uno de los mas economicos en Manaos, buscamos muchos y este fue el mas barato, además de eso es un buen lugar y también puedes usar la cocina.
Pasaje en bus urbano en Manaos: $2.25Reais.
 Barco Manaos - Santarem: $95 Reais comprandolo en el puerto. $60 Reais rebuscandolo en los vendedores fuera del puerto. (Igual de seguro que adentro)
Bus Santarem - Alter do Chaô: $2,50 Reais. 45 minutos aproximadamente.
Posada Alter do Chaô: $10 Reais Pousada Por do Sol.
                                 

Leticia y sus alrededores.


cerca del agua quieta un árbol
oscuro contra el cielo de cobre

en el frío recodo se detuvo un momento
el pez de ojos de fuego que rige el lago

leve desasosiego
de las ramas escuetas
y un temblor en la piel: duro cráneo
vasija de sueño

descifra
la escritura del viento sus trazos
en el agua nocturna.

(Poema XXVII, Signos, José Manuel Arango)

El viaje comienza en una mañana de enero. La mañana del 7 para ser exactos. Nos encontrábamos en el aeropuerto, con un anhelo en el corazón, con una ansiedad desmedida por conocer eso que nos esperaba después de unas cuantas horas de viaje. Conocíamos del amazonas todo lo que nos dicen los libros de historia y de literatura, sabíamos de las grandes guerras que se vivieron allí, de la grandeza del rió, conocido por ser uno de los más grandes en toda la tierra, sabíamos de la existencia de los delfines rosados y las pirañas, fantaseamos con las miles de historias de la anaconda y los animales de la selva.
Después de pasar los controles de seguridad, nos encontramos montados en un gran pájaro de acero que sería el que nos llevaría hacía el mundo desconocido, "el nuevo mundo".
Volamos por encima de Colombia, presenciando desde el aire la majestuosidad de la tierra, viendo las selvas extensas y tupidas, los verdes en diferentes tonalidades guardando el secreto de una tierra inexplorada y mágica. Grandes ríos recorren nuestras llanuras, curvas de agua buscando continuar su camino hacía el mar, haciendo canales y llevando vida a todos los lugares por los que circulan.
De pronto nos encontramos allí, sobre volando el gran rió, y por mucho que supiéramos del amazonas, nunca nos alcanzamos a imaginar su tamaño, desde el aire parecía una gran serpiente danzando entre la selva, mostrando sus bellos colores y su contorneada figura.
El viaje había comenzado.
Llegamos a las 3 de la tarde a Leticia. En el momento en el que se abrieron las puertas del avión, sentimos la humedad y el calor de la zona. Un breve paseo por la ciudad nos mostró que el intruso allí era la ciudad.
Grandes bandadas de pájaros vuelan por los cielos de Leticia cantando una canción que al principio suena estridente para los oídos de los hombres de ciudad. Calles largas atraviesan la ciudad. Carros y motos en todas las direcciones estorban a una selva que no quiere perder su lugar. En medio de los parques aún se conservan los rastros de grandes arboles que son vivienda de centenares de aves. Maravillosa selva que no se deja acabar, que lucha con sus raíces para frenar la invasión del cemento.
Luego de este corto paseo por la ciudad decidimos hospedarnos en Tabatinga. Separado de Leticia tan solo por unas cuantas cuadras, y tan distinto. Tabatinga es el primer pueblo brasileño después de la frontera. Un pueblo que nos recuerda la costa Caribe colombiana, con sus calles de polvo, perros en los huesos, plazas de mercado llenas de baratijas y antigüedades, Negros caminando y bebiendo, soportando el calor con sus pieles ya acostumbradas.
Allí, en este pequeño pueblo, decidimos esperar hasta que fuera el día en el que nos íbamos a adentar en la aventura por el gran rió.    Desde el hostal teníamos como fondo el rió amazonas, con sus aguas tranquilas en esa parte, con grandes navíos circulando noche y día su puerto, lanchas que se movián de aquí para allá.  A dos cuadras de distancia teníamos a Colombia, y a 2 km atravesando el rió teníamos a Perú. Nos encontrábamos allí y en muchas partes.
Bienvenidos al Amazonas. Nos recibió con el cielo cobre y una tarde tranquila. La brisa del rió nos llega brindándonos un poco de frescura, abrazándonos y dándonos la bienvenida, prometiéndonos montones de aventuras por entre su cauce de serpiente.

Santiago Giraldo Díaz