Anoche soñé con Marco, uno de nuestros primeros compañeros de la casa de Pre. A él como a tantos lo arremolinó la selva. Dijo regresar en cualquier momento, pero no quería, eso sí lo alcanzaba a entender. Eran esos primeros días de este mes (febrero) cuando me ultimó en la cocina a historias, a hablarme despacio y con sus cicatrices, sus venas templadas en el cuello y los brazos. Parece más tiempo la verdad, ya no tengo la imagen correcta de su cuerpo, así que me lo figuro aún más sugerente. Ahora que escribo es difícil concebir el acostumbrado transcurso de las cosas. Como comprenderán vivimos entre intervalos de días caracol, como alguna vez se lo leí al vanidoso Cortázar, y los tumultuosos días salamandra. Los llamo así, primero porque este lugar parece más una colonia de estos animales que de personas y por el desparpajo con que lo habitan con sus colores por todas partes. Son días entre veloces y reptantes. No sé, observen una de estas criaturas y podrán deducir a qué me refiero con los días salamandra.
A esta puesta de sol vermelha puedo agregarle a Marco recostado en una hamaca al lado de una india joven escuchando el pasar de lo idéntico
-Buscas una mujer- le dije. Sonrió de evidencia
-Quiero una mujer para mí ahora- repitió.
Fue cuando ideé que una india le iba bien. Se lo hice saber e inmediatamente trajimos a cuento las bondades de esa compañía. Fue por la época en donde los días empezaron a confundirse con ellos mismos y las noches con otras. Por los indicios que me quedan he de decir que es un hombre de mediana edad, 30 tal vez, que cuenta con la típica fisonomía del brasilero del sur: corpulento, de ojos aceituna con algunos acentos pueriles y otros de incitaciones inclasificables o por lo menos no tomadas. En respuesta a la pregunta básica sobre sus quehaceres diré que es un publicista de Sao Paulo, deportista y entusiasta de todo lo que para él representa la salud. Le aburre leer porque pierde fácilmente la atención y prefiere el constante movimiento y por eso la batería es el instrumento que interpreta. En la madrugada toma camino o realiza ejercicios de estiramiento o yoga. En la tarde medita o busca otras actividades para hacer. Es en la noche cuando lo recuerdo divagar por la parte trasera de la casa. Cocinaba algo ligero y nutritivo y se sentaba a la pequeña mesa de la cocina, mientras en el corredor delantero nosotros seguíamos algo así como nuestra cotidianidad. Como dato curioso tenía en su morral una gran cantidad de extractos energéticos y medicinales de todo tipo. Este hombre me toma de las manos y me pregunta por mi padecimiento. Pasa sus dedos gruesos por las corrugaciones violáceas de mis manos. Trae de su morral una pequeña bolsa con un pedazo de corteza de un árbol y me dice:
- Quina, para los problemas del hígado-
Y desprende una pequeña astilla con la uña y me la da a comer, mientras expectante guiña los ojos.
-Es bastante amargo, pero sólo tendrás que tomar unas cucharadas de la infusión en las mañanas-
Reconfirmo lo amargo y lo repito dos, tres veces. Él ríe de nuevo y empiezo a sentir nauseas, pero lo acompaño en la risa. Toma una pequeña fruta amarilla y brinda para cambiar mi sabor. Dada la circunstancia, pregunto si sabe de algo para los zancudos, que es mi verdadero problema. Toma entonces un frasco con aceite, yo lo recibo y me lo aplico en los brazos. Tiene un olor tan fuerte y molesto que no dudo de su poder repelente.
-Es Andiroba, cuesta 3.0 reales en el mercado-
Alrededor de los brazos tiene sombreados unos pequeños puntos de tamaño y separaciones regulares como una especie de brazalete de cicatrices. Tiene también en un costado debajo de una tetilla. Inevitablemente pregunto. Se detiene un poco, con esa actitud de quien no es muy presto a hablar. Seguramente busca palabras dado el hecho de que mi portugués es algo que no es. Con la seguridad de mi atención comienza una historia más o menos así: Se trata de un ritual. Primero, una limpieza de unas dos semanas tomando Ayahuasca. Cabe resaltar que son literalmente dos semanas de toma intensiva. Luego le sigue algo llamado Kambó, el tan mencionado uso del poderoso sapo venenoso amazónico. El proceso consiste en raspar el sapo y colocar la resina resultante en una pieza de madera. En el momento de la aplicación al devoto se le hacen unas quemaduras en la piel. Marco tenía 12 puntos de la última vez. En un vidrio se introduce algo de la pasta del madero y se le agrega agua, solución que inmediatamente es aplicada sobre las heridas. Marco comenta que el efecto mortis es inmediato y dura unos 20 minutos. La sensación es tan aguda que se pierde completamente el control del cuerpo y los pacientes se defecan, lloran y se revuelcan sobre su eje de instancia. Cae sobre ellos una maledicencia antigua y dolorosa. Él lo relata algo excitado y yo pregunto el motivo de tal acto de vejación del cuerpo, de sadismo, me parece un perturbado
-¿No quisieras morir durante unos minutos? –
-Para qué tantas muertes, yo sólo quiero una. ¿Tú piensas que así de cruel es la muerte?-
-En realidad muerte y vida son idénticas, entre carencias y suficiencias de lo mismo. Se trata más bien de estar en los límites. Así como dios y satán son el mismo contenido, sólo que este último no admite más que la suma perfección por eso reta al hombre constantemente, mientras que dios se permite las debilidades y la pena- Dice otro tanto de cosas que no logro entender, pero su expresión está llena de vehemencia.
-y las consecuencias de llevar al cuerpo hasta esas crepecencías, hasta los umbrales más altos del dolor?-
-Físicamente, el cuerpo reacciona defensivamente y el sistema inmunológico se activa para contrarrestar el veneno que se extiende por el torrente sanguíneo. Obligas a tu cuerpo a reaccionar y a luchar. La sensación de fortaleza al terminar el transe es incomparable. Obligas también a tu mente a que enfrente el latente temor al dolor que no es el mismo del de la conclusión del existir, al que menguamos con nuestra insistencia a cumplimentar al amor, a introducirnos como recuerdo en otros existentes a fin de habitarlos como larvas, sin su consentimiento, pero con la meta de extendernos más allá del estar ahora. Ya sabes, es el dolor y el olvido como conocemos la muerte-
Me impresionan mucho los gestos que hace y el uso de su dedo índice pinchando mis hombros. Casi puedo sentir las heridas engusanadas fermentándose.
El ritual no termina con el Kambó, además le sigue algo llamado Sananga. Es un colirio que se aplica en los ojos, extraído de la cáscara de un árbol, que hace que se pierda la visión por unos minutos. Para finalizar, se usa el Rapé. De esto yo conozco un poco. Es esa picadura de tabaco y otros componentes entre ellos ayahuasca, añade marcos, aunque no creo que yo lo halla probado con este agregado, que se aspira. Recuerdo que el efecto es de ardor intenso y de calambre en las sienes acompañado de la evacuación de fluidos por la nariz, óptimo para las dificultades respiratorias. Aunque hace poco me enteré que fuera del campo medicinal existe una mescla del Rape con crac o bazuco, como se le conoce en Colombia. Bastante fuerte, opino. Además en la tele se ven comerciales alertando a la población brasilera sobre la resistencia al letal consumo de crac.
Esa conversación terminó con una aromática rojiza de nombre impronunciable y por ende irrecordable que me ofreció para mi problema de defensas bajas
-Mmm… pero estás en el amazonas, ciertamente es una contrariedad. Toma un poco de esto para el “vigor”- creo que es la traducción adecuada a la palabra que usó y sus consecuentes sinónimos para que yo comprendiera.
Salí al portón un tanto conmocionada, un tanto maravillada, otro tanto atemorizada. Transcurridos unos 8 minutos estaba mareada y al levantarme viraba hacia los lados.
-¿Qué te tomaste?-Me preguntaban mis amigos
-No sé, un cocido de plantas rojizo que me dio a beber Marco- mientras les contaba lo que ustedes acaban de leer.
- Como es de extraño ese hombre, quién sabe qué te daría- decían
- Quédate sentada y cualquier otra cosa rara me dices- Palabras de Santiago, mientras me tomaba suavecito del brazo esperando también a ver qué más pasaba.
Diana Florez Florez